ENSEÑANZA
Bases para edificar una familia bendecida
Dos consejos para que tengamos una familia con la bendición de Dios.
Voy a hablar en los próximos tres soliloquios de seis consejos para que tengamos una familia bendecida. Y comenzaré en este artículo poniendo una base y con los dos primeros consejos.
El Señor le dijo a Abraham (Génesis 12:3 y Hechos 3:25): “Y en tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra”. Y esta promesa también se le confirma a Jacob, el nieto de Abraham: “En tu simiente serán bendecidas todas las familias de la tierra” (Génesis 28:14). De manera que, la bendición para las familias de la tierra se anuncia desde el Génesis, desde el principio. No era solo para las tribus de Israel, no era sólo para las familias descendientes de Abraham, sino que el Señor escogió a Israel para, desde ese pueblo, bendecir a todas las naciones y llegar con su amor a todas la familias de la tierra.
La familia siempre ha estado en el corazón de Dios, en el enfoque de su obra en la historia. Las familias de Latinoamérica, las familias de España, todas las familias de la tierra y las familias del siglo XXI, que necesitamos todavía más de Dios que en el siglo I, porque enfrentamos más maldad en el mundo.
¿Quién es esa simiente? Porque promete que “en tu simiente” serán benditas todas las familias... Gálatas 3:16 nos lo aclara: “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo”. Entonces, cuando dice en Génesis “y en tu simiente” hay que entender “y en Cristo serán benditas todas las familias de la tierra”.
Tener a Cristo en el corazón es garantía de bendición para nuestras familias, para que podamos estar dentro del pacto, y ser parte de la bendición hecha a Abraham, Isaac y Jacob, que es para nosotros en Cristo. Sin embargo, puede que seamos de Cristo y no disfrutemos plenamente de su bendición en nuestra casa. El propósito de Dios es que se vea que estamos en bendición porque tenemos a Cristo. Así seremos un testimonio poderoso y llegaremos a ser bendición a otras familias que nos rodean. Pero hay algunos consejos que quiero darte (cosas muy prácticas) que son fundamentales para que la idea de nuestro Creador se materialice en nuestros hogares.
Primer consejo: UNA FAMILIA CON DIOS
La primera clave es muy sencilla, pero de aquí parte todo: una familia con Dios. Dice el Salmo 127:1: “La prosperidad viene de Jehová”, y dice, “Si el Señor no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican. Si el Señor no guardar la ciudad, en vano vela la guardia”.
La familia fue creada por Dios. Que seamos familias, como la estructura primaria o nuclear de la sociedad, lo diseñó Dios. Dios no creó a un ser humano individual, sino que creó una familia; al hombre le dio una compañera, formó una familia, y ese era el plan: que aquella familia se multiplicara en más familias.
Pero hablamos de una familia diseñada por Dios y que debía permanecer en Dios para mantener su esencia y vivir en plenitud de bendición. Como el pez debía estar en el agua, las estrellas en el firmamento, los mamíferos en la tierra, los árboles enraizados, las aves surcando los aires, así también, la familia debía permanecer en Dios, porque de Dios salió.
Hay familias que hemos sido formadas en Dios. Él nos unió. Vanessa y yo empezamos un poco en forma apócrifa porque éramos muy jóvenes, nos enamoramos perdidamente, yo tuve claro “esta es la mujer de mi vida”, entonces la cortejé y... Me enamoré de ella, y de ella de mí también. Pero dos años después, cuando se nos revelaron los principios del reino, entendimos que más allá del amor que nos profesábamos, debíamos pedir al Señor la confirmación de que éramos el uno para el otro. Y lo pusimos en manos del Señor quien nos confirmó que éramos el uno para el otro y finalmente nos casamos. Teníamos solo 21 años, pero con las cosas muy claras, eso sí. Estamos convencidos de que nos formó Dios, nos unió el Señor; pero sin Dios en medio no hubiésemos llegado a los 44 años, que tenemos ahora. Veintitrés años después, aquí seguimos enamorados, porque hemos permanecido en Dios. Jesús ha sido nuestro pegamento, y su Palabra nuestro fundamento. Dios ha sido el tercer hilo, “porque cordón de tres hilos no presto se rompe” (Eclesiastés 4:12). Por mi carácter, por su carácter, por cómo somos, probablemente, fuera del Señor, estaríamos uno en Kansas y otro en la Conchinchina. No obstante, aquí seguimos unidos por Dios, con cuatro hijos y con toda la ilusión, gracias a Quien nos unió.
Otras familias, sin embargo, como la familia, por ejemplo, de mis padres, llegaron a Cristo ya casados. Ellos no conocían a Dios. Quizás, muchos de mis lectores llegaron igual, ya casados o sencillamente juntos (como hoy en día se estila, que ni hay matrimonio de por medio). Mis padres estaban al borde de la ruptura, entonces, mi padre se convierte, le da su corazón enteramente al Señor, y mi madre se puso fatal. Creía que estaba perdiendo a su marido. Le dijo: “Mira, o dejas eso o me pierdes como esposa”. Y mi padre contestó: “Yo no voy a dejar esto, porque esto que he conocido es Dios; no es una religión, esto es lo más grande que existe y lo más importante... Yo te quiero, pero yo no voy a dejar a Jesús por nada del mundo. Nunca más voy a apartarme de Dios”. Entonces, mi madre pensó: “¡Guau! ¿Qué tiene que haber conocido mi marido? Yo sé que él me ama, y a pesar de todo está dispuesto a perderme”. Y de esa forma, por curiosidad, mi madre comenzó a leer la Biblia. Y cometió el error de seguir leyéndola. La Biblia es un libro altamente peligroso, te lava el cerebro, porque como está tan sucio te lo tiene que lavar sí o sí... De manera que, mi madre también se convierte y le entregan su relación a Dios. Hasta hoy siguen unidos y enamorados. Sus hijos y nietos hemos sido testigos de que, si han permanecido juntos y en feliz unión tantos años, es por el Señor.
Entonces, ¿qué quiero decir con esto? ¡Que hay esperanza! Ya sea que te uniste bien o que te uniste de aquella forma en la que se hace en el mundo, hay bendición para tu familia, porque Dios ama la familia, porque Dios es el Dios de la familia, porque Dios detesta el divorcio. A menudo, solo uno en el hogar es el que le abre la puerta a Jesús, y por él o ella llega la Palabra, mantente firme, como lo hizo mi padre, no dejes a Dios por nada del mundo, pues por ti entra la Luz a la casa. A través de una sola persona, auténticamente convertida, el Señor puede abrir puede obrar y comenzar a moverse en esa familia.
Como familias que tenemos a Dios, tomamos por fe la promesa del Salmo 127:1: en nuestras casas edifica a Dios, y por lo tanto no es en vano nuestro trabajo, nuestra espera, nuestros ayunos, invertir tiempo y esfuerzo en nuestras familias... nada de lo que hagamos es en vano, porque Jesús está en casa y Él la edifica con nosotros. ¡Hay futuro y hay esperanza! Y, estemos como estemos hoy, siempre hay margen de mejora. Todos podemos mejorar, y Dios quiere seguir edificando.
Es muy importante, recordar que aquellos que llegan al Señor casados y empiezan a pensar que se equivocaron, y que se tienen que divorciar y buscar a alguien de la iglesia, esa no es la voluntad de Dios. Dios odia el divorcio y debes seguir orando por tu pareja. Lo que Dios unió (porque las autoridades civiles son delegadas por Dios), que no lo separe el hombre. Es una unión que Dios sella. Él es experto en escribir recto en renglones torcidos. Él es experto en hacer que lo que no parece que va a vivir pueda revivir. A veces, cuando vienen mujeres y nos dicen: “Me equivoqué y me quiero separar de él”. No es así... La clave es hacer las cosas en Dios, y ganar a la manera de Dios. Otra tema es que haya motivos bíblicos para dejar a esa persona, por malos tratos o promiscuidad, etc. Pero en la mayoría de las situaciones el consejo es: “¡Tienes que luchar por tu matrimonio! ¡Tienes un pacto y debes confiar en que Dios es capaz de restaurar y de hacer que todas las cosas cooperen para bien!
Aun cuando no andamos en su perfecta voluntad tenemos que dar un tiempo a su misericordia. Andamos en su misericordia, porque Dios tiene misericordia, y nos va llevando poco a poco a su perfecta voluntad y a que todas las cosas cooperen para bien. Él sigue siendo el carpintero y está deseando meternos en su taller y restaurar nuestras vidas.
Por lo tanto, el primer consejo es que, para que seamos familias bendecidas, debemos ser una familia con Dios, y que el Señor desde el principio, o a mitad del camino, tenga cabida en nuestras vidas y sea el Rey de nuestra casa.
Segundo consejo: UNA FAMILIA CONECTADA A UNA CONGREGACIÓN SALUDABLE
Esto siempre ha sido el plan de Dios. Nota cómo Israel, como nación, está compuesta por familias, casas paternas, tribus y por fin la nación de Israel. Así es la nación de Israel: dividida en 12 tribus; luego las tribus, que están divididas en casas paternas (por ejemplo, la casa de Aarón); pero entonces tenemos familias, que componen esa casa paterna. Israel es una gran familia compuesta por familias.
Igual la iglesia: es una familia de familias. 1ª Timoteo 3:15 dice: “Para que, si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad”. Cada familia somos una casa, pero que pertenecemos a una casa más grande, la casa del Dios viviente. Y cada congregación somos una gran familia, formada por pequeñas familias. Y, de paso, te recuerdo, querido lector, que es imposible tener una iglesia saludable, como congregación local, si las familias están hechas un ocho, en bancarrota y llenas de problemas. Más bien, cuando las familias están fuertes, la iglesia está fuerte, porque nuestra congregación es la familia de las familias. “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19).
Entonces, así como no nacen niños para cuidarlos en un orfanato, o para que los cuide “Papá Estado”, o para echarlos en un bosque y que crezcan solos, pues los niños deben estar conectados a una familia, y para tener vida saludable debemos estar conectados a una familia, de la misma forma, para que nuestro hogar, nuestra familia, esté bendecida hay una ley: debe estar conectada a una familia mayor, a una iglesia, a una congregación, pero, eso sí, una congregación saludable. ¿Y por qué una congregación saludable? Porque la iglesia y la familia son aliadas.
En nuestra experiencia práctica no concebimos nuestro matrimonio sin ser parte de la Iglesia, porque nuestro matrimonio es edificado dentro de la iglesia. Servimos dentro de la iglesia, nos nutrimos o somos impartidos en nuestra congregación. Fuera de la iglesia nos enfriaríamos, o haríamos una especie de religión conformista, cómoda... Pero es que, lo que es peor aún, nuestros hijos se perderían. Hoy en día si no criamos a nuestros hijos dentro de una iglesia saludable, los perdemos.
Las congregaciones deben tener edificación para los jóvenes y para los niños. Que los niños sepan que tienen amiguitos, que tienen un lugar donde aprenden, que se sientan felices de ir a la iglesia; y que los jóvenes digan: “Hay otros jóvenes con los que puedo hacer grupo y otros jóvenes con lo que puedo salir, entrar, lo paso bien, pero sobre todo estamos en un ambiente de Dios y somos edificados”.
Entonces, para mí es muy importante que mis hijos aprendan a amar la casa de Dios. ¿Pero cómo van a aprender a amar la casa de Dios si su madre y yo no la amamos primero? Hoy en día, nosotros servimos a Cristo con nuestros cuatro hijos. Pero, para ellos no es “¡qué rollo, la iglesia!”, sino que ellos aman la congregación y están apasionados con servir a Dios. Tienen amigos en el Señor, saben que ser cristiano no es una rutina, o una monotonía... y en sus crisis de la adolescencia no han querido buscar baratijas afuera, cuando en la casa de Dios hay oro de Ofir. Yo mismo, como padre y como pastor, me hubiese cuestionado nuestra congregación si veo que mis hijos están aburridos, desencantados, no pueden hacer amigos y no tiene un ambiente de adoración donde Dios les toque, como campamentos con Presencia de Dios y reuniones semanales, etc. Una iglesia saludable pastorea a la familia. Una iglesia saludable es aliada con los padres para que nuestros hijos se conviertan en siervos de Dios.
Debemos ser una familia bien integrada en una iglesia local, y en una iglesia local donde nuestros matrimonios sean cuidados y nuestros hijos también puedan crecer, servir a Dios y tener amigos.
Nosotros hemos aprendido, en sentido muy práctico, que nuestros hijos pueden tener compañeros del instituto, del colegio, del trabajo... pero que su pandilla o grupo de amigos lo hagan en el Señor; que su grupo de referencia sea en el Señor. Porque cuando llegue el momento de crecer y tener pareja estarán un ambiente bendecido. Por ejemplo, le decimos a Caleb (el menor, que tiene ahora 15 años): “Escucha esto, hijo. Hoy te vas a un cumple con los de tu clase; mañana te vas una comida; pasado mañana a un partido de fútbol; al otro a una excursión; después, es que han inaugurado una discoteca para adolescentes; finalmente, en uno de esos cumpleaños te emborrachas por primera vez; otro día, hay una chica del grupo con el que vas que empieza a gustarte y tú a gustarle a ella... Y el cuidado que tú tenías ya lo has perdido... Poco a poco, poco a poco, empiezas a tener un compromiso con esos amigos y cuando te vienes a dar cuenta ya es tu grupo, es tu pandilla, y desconectas de la iglesia”. Y concluimos: “Caleb, puedes ir a algo puntual, pero debes diferenciar: son tus compañeros de instituto; tus amigos hazlos en la Iglesia”. En nuestra congregación tenemos grupos para ellos, para los chicos, para que lo pasen bien, que salgan, que entren, pero supervisados y en un ambiente de Dios; y el día de mañana cuando tenga edad de novia, que sea una novia en el Señor, temerosa de Dios, y que juntos van a servir a Jesús.
Por eso es vital generar ambientes sanos dentro de la Iglesia. Luchemos por ambientes saludables, ambientes que den lugar a que nuestros hijos se lo pasen bien, pero donde haya protagonismo de la Palabra y la Presencia del Señor, que los vaya tocando y se enamoren de Jesús, como nosotros estamos también de Él enamorados.
Otra cosa muy importante, honremos como padres lo que se hace en la Iglesia y a nuestros líderes. Nuestros hijos no van a recibir de ninguna vasija de la cual se habla o se murmura. Si tú estás hablando mal del líder de jóvenes, no va a recibir de él. Tus hijos aman lo genuino. Cuando hay presencia de Dios, ellos lo perciben. Nosotros, a veces, buscamos las formas, ellos buscan lo genuino. Y cuando lo genuino desciende de lo alto, tenemos que ser canales de bendición para nuestros hijos, traerlos a las reuniones, a la fuente, llevarlos a las reuniones y actividades. No hablar del liderazgo, por más que no estemos de acuerdo cien por cien con lo que se hace, porque hay que preservar la salud entre el grupo.
Se ha hecho una cuenta entre adolescentes y casi todos los adolescentes, un alto tanto por ciento, tienen un buen concepto de Jesús. Tienen un interés y un respeto hacia Jesús, pero no lo conocen. No conocen la Biblia. No conocen a Jesús de verdad. ¡Mostrémosles a Jesús! La iglesia es un lugar donde podemos mostrarles a Jesús. No solo los padres, está demostrado también que mis hijos necesitan alguien que no sea yo, que se convierta en un referente, en una persona donde vean a Jesús dentro de la iglesia (diferente a papá y mamá). Eso sella la fe en sus corazones.
Los adultos también necesitamos tener buenas amistades, aunque para ganar a la gente que no conoce a Cristo hemos de saber relacionarnos con los compañeros del trabajo, vecinos y primos y todo tipo de personas. Pero me refiero a tener amigos, como matrimonios también, y como hombres y mujeres adultos, tener cerca a esas personas que guardan nuestra espalda, que nutren nuestra fe, con las que podemos caminar, porque cómo van a caminar juntos si no están de acuerdo, soy compañero de los que le temen... Hay gente que también le teme como yo, y que, si estoy decaído, desanimado, me dice: “Hermano, no te he visto en la iglesia. ¡Ánimo, vamos! ¿Por qué no comemos juntos hoy?”. Si hay un matrimonio que nos da un ánimo, quizás me llega más que la predicación, porque me está hablando con su testimonio, de su experiencia, con amor... “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!” (Salmo 133:1). Somos familia, somos hermanos.
Aquí termino en esta ocasión, hasta la semana próxima (D.m.). Consejo número uno: Una familia con Dios. Consejo número dos: Una familia conectada a una congregación saludable.