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JERUSALEN

Hace 1950 años se cumplió la profecía de Jesús sobre la destrucción del Templo de Jerusalén

El complejo edilicio del Templo de Jerusalén, amurallado, albergaba un imponente santuario y muchos tesoros que fueron robados durante el saqueo, el 8 de septiembre del año 70. Para ello, derruyeron el edificio sin que literalmente quedase piedra sobre piedra, como profetizó Jesús en Marcos 13:1-2 (Saliendo Jesús del templo, le dijo uno de sus discípulos: Maestro, mira qué piedras, y qué edificios. Jesús, respondiendo, le dijo: ¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra, que no sea derribada.)

Según Michaël Girardin, especialista en Historia Antigua de la Universidad de Lorena, la mayoría de los historiadores cree que la destrucción del Templo fue una decisión de los romanos conscientes de que el sitio era el corazón de la resistencia judía.

Situación histórica y socio-política en tiempo de Jesús

Para llegar a este final, el relato histórico corre paralelo al de la Biblia. En el año 63 antes de Cristo, el general romano Pompeyo conquistó Samaria y Judea. Como solían hacer en los territorios conquistados, aquí también los romanos instalaron un gobernante local sometido a sus intereses: se trató de Herodes, Fortalecido por el respaldo de los romanos, liquidó a sus enemigos internos para erigirse como rey de Judea en el 37 antes de Cristo.

Esa estrategia daba buenos resultados: con frecuencia los gobernantes locales eran más crueles que los mismos romanos. Tal fue el caso de Herodes, famoso por su crueldad.

En el año 6 de nuestra era, el emperador Augusto convirtió Judea en una provincia romana regida por un gobernador, siendo Pilatos el nombre que menciona la Biblia.

Aunque los ocupantes permitieron la continuidad del Sanedrín, la autoridad religiosa de los judíos, las divisiones internas no lograban ser superadas.

El alto clero judío, explica el historiador Paul Johnson en La historia del cristianismo, “estaba en manos de los aristócratas saduceos, que apoyaban y defendían la ocupación romana”. Familias ricas y conservadoras, que confiaban más en las autoridades imperiales para la protección de sus propiedades. Eran la elite judía que colaboraba con el ocupante a través del Supremo Consejo de Jerusalén o Sanedrín.

Luego estaban los fariseos, una de las facciones más numerosas, descritos por el historiador judío Flavio Josefo (37-100) como “un partido de judíos que al parecer son más religiosos que los restantes y explican las leyes con más minucioso cuidado”. Apelaban a la tradición pero su legalismo era extremo. “Al parecer, ni siquiera Dios podría derogar la ley”, ironiza Johnson. Eran nacionalistas y en su mayoría no apoyaban a los romanos, pero se acomodaban a la situación.

Los samaritanos eran un grupo que había roto con el Templo de Jerusalén y tenía su propio santuario. Algunos les negaban la condición de judíos y eludían tener trato con ellos.

Los zelotes, por último, eran un movimiento que se oponía activamente a la ocupación romana, en especial al pago de impuestos. Una de las misiones de los procuradores romanos era contener esa amenaza. Saduceos y fariseos convivían sin gran conflicto con la ocupación extranjera pero, en las franjas más populares, la secta de los zelotes encontraba terreno fértil para su llamado a una resistencia activa.

La guerra contra Roma

Bajorelieve en el foro romano, con Tito saqueando los tesoros del Templo de Jerusalén, con la Menorah

En agosto del 66 d.C. los zelotes (ya Jesús había muerto y resucitado, y el cristianismo se extendía por todo el Imperio romano) lograron desatar una rebelión violenta. Se apoderaron de Jerusalén y acabaron con los grandes sacerdotes.

El general Vespasiano fue el encargado de conducir las fuerzas romanas durante la represión. Jerusalén fue sitiada. Cuando Vespasiano fue nombrado emperador, su hijo Tito tomó el relevo en el aplastamiento de la rebelión judía. El 30 de agosto del 70, las legiones romanas conducidas por Tito, iniciaron la conquista de Jerusalén y el 8 de septiembre penetraron en el monte donde se encontraba el Templo e incendiaron y derruyeron su imponente santuario.

Por ese entonces, Jerusalén tenía 80.000 habitantes. Derrotada la rebelión, fueron deportados como esclavos, y el Templo, emblema mayor de la religión judía, destruido. Sólo permaneció una parte de la explanada y un tramo del muro que rodeaba al conjunto edilicio. Se trata del muro Oeste, hoy llamado Muro de los Lamentos.

La derrota de Jerusalén y la destrucción del Templo no representaron el fin de la llamada primera guerra judía. A orillas del Mar Muerto, la fortaleza de Massada siguió resistiendo bajo las órdenes de Eleazar, un jefe zelote, hasta el año 74, cuando, al verse derrotados, sus habitantes prefirieron suicidarse antes de caer en manos enemigas.

Tito volvió a Roma triunfante y en el foro romano se construyó un arco para dejar testimonio de su hazaña. Sus bajo relieves conforman un relato de los logros romanos en Judea, incluyendo el saqueo de los tesoros del Templo de Jerusalén, en particular, la Menorah, el célebre candelabro de siete brazos. Este tesoro desapareció unos siglos más tarde, cuando los vándalos de Genserico saquearon a su vez Roma, en el año 455.

 

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